Éste es tu rostro. Suena
una orquesta y ni un gesto
delata en él que cante
tu espíritu. La música,
humilde, nada puede
contra tu impavidez
exterior, aunque plazca
todavía a ese niño
que tocaba el violín,
quizá tan serio como
vos hoy. Y juegue o gima
en la penumbra, pide
vivir de nuevo Bach,
encenderse con Schubert.
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